miércoles, 18 de agosto de 2010

UN AMOR QUE VENCIÓ BARRERAS Y PREJUICIOS

YAACOV y ROSITA se conocieron en Maracaibo en 1.960. Tuvieron que sortear muchos obstáculos para estar juntos. En 1.968 se unieron, como los enamorados lo prometen ante el altar, hasta que la muerte los separó.
ROSITA, a punto de cumplir 18 años. Una muchacha bella, alta, alegre, intrépida y no muy aplicada en los estudios. De una familia unida, numerosa, de profundas convicciones católicas. Ella en orden de nacimientos, fue la séptima de los diez hermanos; seis niñas y cuatro varones. La familia Moncada, de raíces zulianas, vivía en Maracaibo al lado de la iglesia San José, en una calle que comunicaba hacia otros lugares de la ciudad. Su padre Don Julio, un próspero agente de seguros, fue socio fundador de El Náutico, un conocido club social de la capital del Zulia. Rosita, de carácter fiestero y con muchos amigos, tenía un novio en Caracas desde los 13 años, lo veía en fiestas y vacaciones. Visitaba Caracas a menudo y se quedaba en casa de sus tíos maternos. En ocasiones esos paseos, fueron reseñados en la página de sociales del diario El Panorama y en la revista Maracaibo Social. Estudió en el colegio Presentación y terminó el bachillerato en el colegio Fátima. No muy segura de continuar estudiando en la universidad, comenzó a trabajar en las oficinas del Impuesto Sobre La Renta.
YAACOV, tenía 24 años. Era atractivo, emprendedor, alto, de contextura fuerte, con carácter serio, cordial y tenaz. Se había graduado en Panamá, de Administrador Comercial. El sexto de nueve hermanos. La familia de Yaacov, de religión judía, fue unida y trabajadora, era oriunda de El Cairo. Cuando se establecieron en Maracaibo, el periplo de emigración familiar había comenzado en Paris, donde después de ocho meses, no pudieron establecerse. Luego, fueron a Nueva York, donde tampoco encontraron una oportunidad de trabajo que les conviniera. Finalmente llegaron a Maracaibo, donde nacieron Yaacov y uno de sus hermanos. La familia regresó a El Cairo, cuando Yaacov tenía seis años. Al cabo de un tiempo, la familia Memnajen volvió a emigrar y esta vez se instalaron en Panamá, donde vivían una tía materna y su esposo. Allí, fundaron una tienda de regalos y de productos para el hogar, que creció como tienda por departamentos. Al poco tiempo de la graduación de Yaacov, el local donde funcionaba el negocio familiar, tuvo que ser desocupado. Fue entonces, cuando Yaacov recién graduado, volvió a Maracaibo que era una ciudad pujante, sede de negocios petroleros de Venezuela. Allí instaló en las cercanías de la Plaza Bolívar, en Diciembre de 1960, el nuevo negocio familiar, del que años después, continuaría, con independencia del clan familiar. Al mismo tiempo, funda y preside, en Maracaibo, el club social Cámara Junior.
En vísperas de navidad, Rosita fue con unas amigas a la tienda de los Memnajen, para comprar algunos regalos. En el negocio estaba Yaacov, quien al verla de lejos, se prendó de ella. Empezaría para él su plan de acercamiento y conquista. Se lo confesó a Rosita, tiempo después.
Las amigas de Rosita, comentaban acerca del presidente de la Cámara Junior. No lo conocían y les despertaba curiosidad el nuevo personaje. Se estaban acercando los carnavales y la fiesta era en el Club Comercio, -seguramente iría y lo conoceríamos,- murmuraban.
Lo conocí a través de una careta….
Con su grupo de amigos, llegaron todos disfrazados a la fiesta de carnaval. Rosita de negrita, con una careta que le cubría el rostro. Cuando entraban al club, se les acercaron dos muchachos, uno era un conocido admirador de Rosita, al otro no lo conocían. Para distanciarse de su admirador, Rosita entró al lado del desconocido, quien no se separó de ella en toda la celebración, tampoco lo hizo su admirador. Ese sutil juego en triangulo, le resultó divertido, aunque no tanto para su conocido admirador. Un poco después de medianoche, todo el grupo, se fue al Club El Náutico. Rosita, apenas llegaron, se despidió del desconocido y fue a cambiarse de ropa, a quitarse el disfraz. Al salir del vestier, el desconocido la estaba esperando. Ella lo vio, pero supuso que no la reconocería y se hizo la desentendida. Él le advirtió que la había reconocido, a pesar del disfraz y le aseguró que continuaría en su compañía. Entonces, se presentó, -soy Yaacov Memnajen, encantado de conocerte-. A ella le gustó su resolución. Comenzaron a conversar más distendidamente, sin la presencia del que resultó un celoso admirador. Quedaron entusiasmados, el uno por el otro. Enseguida se manifestó entre ellos, la sensación de estar a gusto, en confianza. Desde ese día, Yaacov, la visitaría en su casa, insertándose en su grupo, que como era costumbre, casi a diario visitaban su casa.
Yaacov comienza a visitar su casa…
Todos los días Rosita lo recibía. Agradable y educado, sus amigos y su familia, lo apreciaron rápidamente. Muchas veces desde allí, salían con el grupo a otros lugares para divertirse. Para la época, lo común era salir en grupo, una pareja salía sin acompañantes, en general, sólo después de su boda civil. Una vez en una de esas visitas, creyeron escuchar, que la casa de unos familiares de los Moncada, en la urbanización Bella Vista, se estaba incendiando. Al oír la sirena de los bomberos, que pasaban por el frente, todos salieron a la calle, a tratar de confirmar la noticia. De regreso a la casa, Rosita se dio cuenta que Yaacov la llevaba agarrada de la mano. Cuando Rosita se lo refirió con un gesto, él le contestó -me provocó agarrarte la mano- y agregó, -yo creo que estamos enamorados-. Enseguida, Rosita le soltó la mano y le respondió,-no estés hablando por mí-. Él le replicó, -estoy seguro-.
El Alfredo´s Night Club, un lugar que los acercó varias veces…
Un sábado, salimos de mi casa, con varios amigos a divertirnos. En el camino, Yaacov me propone, que nos separáramos del grupo, para ir al Alfredo´s. Me comentó para convencerme, lo agradable del lugar, con música en vivo. De su amistad con el dueño, un francés encantador, a quien quería que conociera. Fue una noche inolvidable. Nos hicimos novios, en esa romántica velada. Bailamos, conversamos, nos agarramos las manos. Me besó tierna y apasionadamente, recuerdo la emoción que sentí, estaba nerviosa, lo sentía en el estómago. Mis manos estaban frías, él se dio cuenta y cariñosamente me las rodeaba con las suyas. Cuando me miraba, recuerdo como brillaban sus ojos y cuando bailábamos; la música la sentíamos de fondo, sólo era un acompañamiento de la orquesta real, que era nuestra respiración y el ritmo de los fuertes latidos de nuestros corazones, que estaban como galopando. Ya en la mesa, estábamos conversando con nuestras manos agarradas, cuando vi llegar a Siria, mi hermana mayor con su esposo. Se acercó y nos dijo, evidentemente sorprendida -¡no sabía que eran novios!-. Al día siguiente, lo dijo en casa, lo supo mi familia.
Palabras que se grabaron…
Ese domingo, papá me preguntó si era verdad, que era novia de Yaacov.-Si papá,- le contesté. Continuó preguntando, -¿Por qué no me lo había dicho?- , -porque estamos comenzando papá- Mire hija, yo le voy a decir lo que pienso, ese señor, es serio, responsable y respetuoso, que haría feliz a cualquier muchacha, menos a usted. No somos de su religión. Tiene otras costumbres, otra cultura. Una forma distinta de ver las cosas. No podrá ser feliz.- Me quedé muda. Esas palabras retumbaron por mucho tiempo en mis oídos, me hicieron sufrir y dudar, marginaban mis ilusiones. A la vez, esas mismas palabras muchas veces, me sirvieron para confirmar las cualidades de Yaacov, en las que valía la pena fijarse. A partir de entonces, papá se mostró receloso, desconfiado. Hasta cambió algunas costumbres, para observar más de cerca nuestra relación. Decidió que se sentaría en el porche de la casa, para cuando llegara Yaacov y mientras me esperaba, conversaría con él, cada día un rato, con visión como de rayos X.
La comunidad judía en Maracaibo, era muy pequeña. En general, se relacionaban entre ellos.
Propuesta matrimonial…
Pasaron ocho meses y Yaacov, se quería casar. Me propuso matrimonio. Me declaró lo muy enamorado que estaba de mí. Deseaba que fuera su esposa. Fue un momento soñado, fue emocionante, me hizo muy feliz, yo también lo deseaba. Recuerdo como nos besamos. Nos mirábamos a los ojos, nos reíamos, nos abrazábamos, nos agarrábamos las manos, nos las besábamos. Las palabras pronunciadas, sobre nuestros sentimientos, nuestra alegría, se hacían insuficientes, para expresar lo que sentíamos. Después de una pausa, Yaacov, me dijo,- nos tenemos que casar de acuerdo a la religión judía, para que nuestros hijos, continúen con la tradición de mi familia, que de generación en generación, se ha cumplido. Soy y me siento judío. Mis hijos también lo serán. -Confieso que me asusté, sentí temor de perderlo. Esperé unos segundos para contestarle. Empecé, repitiéndole lo mucho que lo amaba y lo mucho que amaba y respetaba a mi familia. Le contesté, que no podía defraudar a quienes me habían dado tanto amor y apoyo, que eran muy importantes nuestras tradiciones. Que nuestra costumbre era, recibir la bendición de un sacerdote al casarnos, que sin esa bendición, mis padres no concebirían nuestra unión. Que su propuesta era para mí, como traicionar mi tradición católica familiar, como desconocer las costumbres desde mis ancestros. No acepté, a cambio le propuse un matrimonio que contara con la bendición de un sacerdote y de un rabino. Él, no aceptó, sintió lo mismo, que traicionaría a su familia, a sus tradiciones. Dolorosamente, nos separamos, parecían diferencias infranqueables. Recordaba las palabras de mi padre de aquel domingo -es serio, responsable, respetuoso que haría feliz a cualquier muchacha, menos a mí, por diferencias religiosas, costumbres-. Esas palabras se repetían en mis pensamientos, sentía que no era justo. Estábamos enamorados, no podía creerme que no pudiéramos ser felices, por diferencias religiosas.
Ese día, nos despedimos y nos separamos por dos largas semanas.
Encuentros y separaciones…
Para entonces, trabajaba en una oficina del Impuesto Sobre La Renta. Una mañana apareció Yaacov en mi oficina, me dijo que pasaba por casualidad y me invitó a tomar un café. Conversamos trivialidades. Otro día, llegó a buscarme a mi casa para llevarme a la oficina. Varias veces, le pregunté porque insistía, si nuestra situación no tenía remedio. Contestó, pidiéndome que volviéramos a intentarlo. A pesar, de lo insalvable que parecía la situación, se me hacía muy difícil, negarme su compañía. Estar con él era lo que deseaba. A veces sentía, algo que me decía que tuviera paciencia, calma, que de alguna manera, las cosas se resolverían. Mi mamá se enteró de mi situación indefinida y empezó a preocuparse. Un día Yaacov, me invitó a almorzar cerca de mi oficina, en un restaurante del centro. Pero, en mi angustiante situación sin clara solución, le planteé que nos separáramos. Le dije, fue maravilloso este tiempo pero no tenemos futuro, lo mejor será separarnos. Nos separaríamos, pero volveríamos a acercarnos. Varias veces sucedió.
El dolor de la separación, se mezclaba con una rabia impotente, porque no aceptaba ese designio, tenía que luchar. Pero ¿cómo?, no me sentía capaz de darle ese disgusto a mi familia, para casarme. Empecé a pensar que debía renunciar a ese amor, que era lo mejor. Asi, traté de continuar mi vida, con mi familia y mi grupo de amigos.
Recuerdo, cuando estuvo de visita en Maracaibo, mi ex novio Antonio, quien se había convertido en un buen amigo. Con mi grupo, fuimos al Alfredo´s Night Club. Al dueño del lugar, no le gustó mi acompañante, lo demostró regalándome una cadena con dos corazones. Al dármelo me dijo -le debes colocar dos fotos, la tuya y la de Yaacov.- Muy pronto, como era de esperar, Yaacov se enteró del asunto y empezó a acercárseme. Me insistía en volver a estar juntos. Yo le repetía, Yaacov, lo nuestro no tiene solución. Asi pasaron 6 años de comienzos y finales. Para entonces, un mes era lo más que durábamos sin vernos. Cada vez que tenía un admirador o pretendiente o un nuevo amigo, Yaacov reaparecía. La última vez que sucedió, fue con un amigo de mi amiga Paulina. Era un abogado caraqueño, atractivo, ameno, que tenía bigotes, que le duraron hasta que le comenté, que se vería mejor sin ellos. Ese nuevo pretendiente, muy de vez en cuando visitaba Maracaibo, hasta que se interesó en mí. En un mes, fue y vino de Caracas a Maracaibo, cuatro fines de semana seguidos. Ese último fin de semana, el abogado y mi grupo de amigos salimos a dar un paseo, como casi siempre, desde mi casa. Esta vez, salimos a las 7,30 de la mañana. A esa hora, frente a mi casa estaba Yaacov que pretendía sumarse a ese paseo, al que no estaba invitado. Tuve que hablar con él para disuadirlo, él a cambio me hizo prometerle que atendería su llamada a mi regreso. En esa llamada Yaacov, me confesó la angustia que había estado sufriendo cada fin de semana, mientras salía con ese abogado.
Durante ese tiempo de encuentros y desencuentros, de vez en cuando Yaacov y yo nos veíamos. A veces se aparecía por casualidad, donde yo estaba. Otras ocasiones concertábamos la cita para vernos, en uno de tantos encuentros y recaídas. En general intentos fugaces. Con el triste resultado de siempre, lo nuestro no tenía solución.
Mientras, mi papá insistía en su advertencia - cuidado hija, no tienen las mismas tradiciones, no podrán ser felices-. Con el tiempo agregó, -no sigas perdiendo el tiempo-. Por mi parte, a veces pensaba, que si Dios me puso a Yaacov en mi camino, por algo sería. Ese acertijo, a veces hacia tambalear mi decisión de olvidarme de él. A mis padres, en más de una ocasión, les dije – estoy consciente que para ustedes, la tradición religiosa es muy importante, no los defraudaré. La respetaré, si me llegara a casar con Yaacov, será con la bendición de un sacerdote.-
Mis padres trataban de evitar que nos encontráramos. Los sentía vigilantes. Mis hermanos no comentaban nada si nos veían juntos. Un día mi papá habló con Yaacov, le pidió que no insistiera más, que no siguiera haciéndome sufrir.
Pasaba el tiempo y seguía enamorada de Yaacov. Aún así, salía con mi grupo de amigos, quería darme otra oportunidad, esta vez con el abogado, a quien le confesé mi situación y aún cuando fue comprensivo, entendió que no tenía ninguna oportunidad.
Luchaba por olvidar a Yaacov. Cuando me sentía sin fuerzas, triste por estar separada de él, mis amigos eran mi consuelo, me animaban. Al poco tiempo, me presentaron a Jairo, un bien parecido colombiano, pero no se pudo cambiar lo que sentía. Sabía que Yaacov, también intentaba olvidarme, invitaba a salir a otras muchachas, pero tampoco lo lograba.
Rosita fue muy feliz en casa de sus padres, le dieron mucho amor, apoyo, era un hogar sólido, no podía ni si quiera imaginar, el disgusto de decidir salir de su casa, sin cumplir las tradiciones de la familia, desde la Iglesia con velo y corona. No podía defraudarlos, pensaba que, de no hacer lo que habían hecho sus hermanos, cuando formaron su propio hogar, ofendería a sus padres. No quería ser espejo del dolor, que sintió otra familia cercana, por una historia parecida. La de Magali, una amiga, de una de las hermanas de Rosita. Magali se casó a escondidas. Y aún así, ni ella ni su esposo, tuvieron el valor de decírselo a sus respectivas familias. Ocultaron su matrimonio. Lo disimularon viviendo separados, cada uno en casa de sus padres. Cuatro años duró esa farsa. Hasta que lo evidente al quedar embarazada, los descubrió. Se tuvieron que mudar a Nueva York. Esa vida escondida, como paralela causó mucho dolor. Rosita no podía imaginarse en una situación parecida.
Cuando Rosita tenía 24 años, Yaacov, insistió en su propuesta matrimonial. Ella no lo tomaría en serio, no habían conversado sobre los arreglos necesarios que ella necesitaba, para el deseado matrimonio. Al día siguiente, a la hora acostumbrada para salir a trabajar, Yaacov, estaba esperándola en la puerta de su casa, con un conocido que serviría de testigo en la boda. Siguió el juego, se fue con ellos a la Jefatura Civil, pero Yaacov, no le aclaró cómo iba a ser la boda religiosa. Descubrió que su intención era solo una boda civil. Indignada se devolvió a su casa. Allí explotó su frustración con su mamá. En la tarde, la familia Moncada, recibió una visita, ¡era la madre y la hermana de Yaacov ¡ La Señora Memnajen, amable pero firme, Insistió en la imposibilidad de un matrimonio, que no fuera celebrado por el rito hebreo. Les mostró las fotos de las bodas de sus otros hijos, en la Sinagoga.
Rosita se fue del país
Ahora sí que Rosita, perdería las esperanzas para siempre, no encontraba solución. No sospechaba entonces, que muy poco tiempo después, seguiría con ese amor y ciertas jugadas del destino, se las arreglarían para que así ocurriera.
Esa misma noche, la familia de Rosita muy preocupada por su situación sentimental, decidieron que lo mejor era que salieran del país, por un tiempo, a un destino secreto para Yaacov. Don Julio, planeó un viaje muy largo, de seis meses por muchas partes del mundo, India, Israel, Tailandia, Hong Kong, Hawái, Grecia, Paris, Roma, Madrid y desde Múnich a Inglaterra, el destino final, que sería instalarse en Londres. La acompañarían, sus padres, su hermana Graciela y la prima Andreína.
Antes de iniciar el largo viaje, su destino o las casualidades de la vida, harían su parte del plan…
Muy discretamente, el padre de Rosita comienza los trámites del viaje, el itinerario, los pasajes, visados, etc. Envía los pasaportes a la Agencia de viajes que se encargó de lo necesario para partir. Antes del viaje, Rosita recibió una llamada de Yaacov, para advertirle, que en cada ciudad recibiría una carta suya, que firmaría con las iniciales de su amiga Paulina. Y más o menos así fue sucediendo. Muchas veces, Rosita le contestó.
Después Rosita sabría que, en esa agencia de viajes, trabajaba un amigo muy cercano de Yaacov, quien le facilitó el itinerario.
Apenas instalándose en Londres. Los señores Moncada recibieron una llamada de Siria, una de las hijas que se quedó en Maracaibo, para alertarles que Yaacov, pensaba viajar a Inglaterra. Rosita, no supo entonces de esa llamada. Enseguida, la mamá se enfermó de los bronquios y los dolores que sufría en los pies, se hicieron insoportables. Sus Juanetes requerirían de una intervención quirúrgica que la aliviara. La familia Moncada cambió sus planes, había que operar a la Señora Moncada. En Estados Unidos, en Houston vivía Raúl uno de los hermanas de Rosita, con su esposa Josefina. El lugar perfecto para la intervención quirúrgica, la que resultó un éxito.
La nueva residencia de Rosita y sus visitas a Maracaibo
El próximo año, lo viví en Houston. Me inscribí en la universidad para estudiar inglés, después pensaba estudiar Derecho. Mis padres regresaron a Maracaibo y mamá le hizo prometer a Graciela, que les informaría si Yaacov, aparecía. Nos instalamos en un apartamento que compartimos mi hermana, mi prima Andreína y yo. Parecía que la calma y normalidad, volvía a mi familia. En junio de ese año 1967 en vacaciones, regresamos de visita a Venezuela.
Enseguida Yaacov, se enteró de mi regreso, me llamó por teléfono y me invitó al Alfredo´s Night Club. Como a las 4 p.m., el lugar estaba cerrado, el propietario lo abrió sólo para nosotros. Conversamos de una forma relajada. Me dijo que no había podido olvidarme, que seguía enamorado de mí. Que lamentaba el tiempo perdido. Que lo perdonara por eso. Entonces, me preguntó si sentía lo mismo. No pude mentirle. Le confesé que seguía enamorada, pero que estaba tratando de encausar mi vida sin él. Me volvió a proponer matrimonio. Esta vez, me propuso que nos casáramos con las dos bendiciones, la de un sacerdote y después con la de un rabino, para que nuestros hijos fueran de religión judía. Para el momento, lo que tuve claro, fue que Yaacov, cedía en sus condiciones. Finalmente, parecía que había comprendido mi necesidad de cumplir con mi familia, honrar nuestras tradiciones, que consideraba respetar, el salir de casa de mis padres con la bendición católica. Creí que nos acercábamos a un acuerdo aceptable, para casarnos. Me pidió que me llevara a Estados Unidos, los documentos necesarios para la boda. Él iría a Houston y allí nos casaríamos, al mes siguiente. No sentí mucha seguridad, cuando afirmó que aceptaría la bendición de un sacerdote, pero si sentí que quería flexibilizar sinceramente su postura, sobre su cerrada visión de una boda solamente con las solemnidades judías. Me pareció un avance. De regreso en Houston, confirmé que no me había equivocado. Volvimos a terminar nuestra relación. Por el momento, mi bien amado Yaacov, no tuvo el valor para que nos casáramos en las recién acordadas condiciones. Pero seguía pensando que se había adelantado a un punto de encuentro, para la solución de nuestro problema. Veremos cómo se resolverían sus dudas.
Rosita conoce a Peter. En Diciembre de ese mismo año, en Maracaibo, se rumoró entre sus allegados, lo que no era cierto; que regresaría con Peter a pasar en familia, las fiestas de navidad y año nuevo. Yaacov, se enteró, cuando estaba de vacaciones en Méjico. Enseguida regresó a Maracaibo y llamó a Rosita para invitarla al emblemático, para ellos, Alfredo´s Night club, que nuevamente, el francés abrió sólo para ellos. A pesar de todo, siempre se alegraban al verse. De las constantes y tristes separaciones, siempre existieron reencuentros con gozo. Los sentimientos de amor, que sentían el uno por el otro, se hacían presentes. Yaacov, de nuevo, le pidió perdón por el tiempo perdido, por las promesas incumplidas. Le confesó lo mucho que todavía la amaba, todo lo que sufría separado de ella y de todo el dolor, que le causaba saberla tan lejos. Otra vez, le aseguró que se casarían en las condiciones que ella exigía y de las que él se había hecho eco en su último reencuentro, pero que a última hora reconoció, le había faltado el valor de consumar. Rosita se sentía escéptica y se sinceró con él. Le confirmó que todavía lo amaba, pero le advirtió, que no estaba convencida, que él hubiera adquirido el valor, que le había faltado en la última ocasión. Asi se despidieron, entonces. En enero, cuando Rosita vuelve a Houston, para continuar con sus estudios, Yaacov la estaba esperando. ¡Qué grata sorpresa!, era evidente que quería ganarse de nuevo su confianza. Le tuvo que mentir a Graciela y a Andreína, para pasarse el día con él y para que sus padres no se enteraran. Pasearon, se divirtieron y estuvieron conversando sobre los detalles y la fecha de la boda. En tres días se casarían. Rosita no podía creerlo, su sueño se haría realidad. En momentos, le asaltaba cierta incertidumbre, se había acostumbrado a las vacilaciones de última hora de Yaacov. Pero decidió espantar a los fantasmas de esas dudas dolorosas, que pretendían opacar su brillante momento de felicidad. El acuerdo con Yaacov, para la deseada unión, le parecía justo. Tanto de su parte como por la de él, habían pactado concesiones reciprocas. Confiaba en que la solución encontrada complacería a sus padres. Recibirían la bendición de un sacerdote, que era lo más importante, para ellos. Después, la boda sería bendecida por un rabino. Rosita, ante el consecuente amor que sentía por Yaacov, delimitó su ineludible compromiso moral familiar, su deseo de no defraudarlos de, su futura forma de vida. Después de casada podría tener un hogar diferente al de la familia que la vio nacer. Después de su matrimonio, sus tradiciones, deberían tomar en cuenta y mezclarse con las de ese ser, que amaba y con quien formaría una nueva familia. Estaba convencida, que el límite para no defraudar a sus padres, llegaba hasta la celebración de la boda. A partir de allí, las decisiones y las pautas debían ser tomadas de común acuerdo, entre el que sería su esposo y ella, quienes formarían otro hogar. Como una especie de mezcla de sus costumbres respectivas.
No nos casamos en ese tercer día. De nuevo se acobardó. Sin embargo, inexplicablemente, sentía la certeza que se acercaba ese gran momento. Quedó una promesa en el aire, Yaacov, volvería pronto, a más tardar después de semana santa. Vendría y nos casaríamos finalmente. No sé porqué estaba tan confiada que esta próxima vez, si pondríamos punto final a nuestra vida separados. Llamé a mi amiga Paulina para que me acompañara, como frecuentemente lo hacía, para que viniera a visitarme. Por su puesto, le confié mis dudas, mis presentimientos. Ella era mi confidente incondicional. Yaacov regresó a Maracaibo, y yo continué estudiando en Houston, convencida que no sería por mucho tiempo.
Unos meses atrás, Graciela, Andreína y yo, habíamos conocido a un joven sacerdote mejicano, jovial y muy dedicado a sus tareas de la Iglesia. Me acerqué a esa amistad, al confiarle mi dilema y la tentativa solución. El padre Miguel, me ayudó mucho, me dio seguridad, su explicación acerca del matrimonio mixto, así denominado, cuando los contrayentes, uno católico y el otro de diferente religión, se unían ante la iglesia católica, con la bendición de un sacerdote. También me convencí, que el lindero que me había fijado para el cumplimiento de mis tradiciones familiares, llegaba hasta el día de mi boda. Después me sentiría libre de mis decisiones.
A mediados de Abril, me empecé a poner nerviosa, estaría cerca la visita de Yaacov. Seguía en mi lucha, entre las dudas que me acechaban y el ánimo de seguridad que me insufló aquella velada promesa de su visita, que supuse definitiva para los dos.
Se cumplió la promesa…
Sonó el teléfono del apartamento, increíblemente ni mi hermana ni mi prima, se pelearon por atenderlo. Atendí yo, era Yaacov, quien sin cortapisas, me dijo,- acabo de llegar, vamos a vernos-. Quedé aturdida. Pensé –algo anda mal, o ¿será que todo se solucionó?- Al mismo tiempo, tuve que contestar las preguntas de rigor, ¿Quién era?, ¿Quién llamó? Les inventé no me acuerdo qué y enseguida tuve que improvisar una excusa, que tampoco recuerdo, para salir.
Esa noche Rosita no pudo dormir, en su cabeza daban vueltas, múltiples pensamientos, emociones, sentimientos, dudas, certezas. También en su corazón se anidaba una gran felicidad. Esta vez, Yaacov, le había jurado que se casarían. Al día siguiente, se lo confió al padre Miguel, quien por su puesto, se encargó de lo que le correspondía. Después, con algunos ahorros de su mesada, se fue a Newman Marcus, a comprar algunas cosas para la boda. Un bello vestido, discreto, pero con algún parecido a uno de novia, algunas piezas de ropa interior y de dormir. La acompañó Paulina. Se gastó todo el dinero y hasta la provisión de ese mes de Abril, que corría en un poco más de la mitad. Un poco asustada y asesorada por Paulina, recuerda que se aseguró, que la tienda aceptaría la devolución de sus compras y le reintegraría el dinero. Hasta les comentó a los empleados que la atendieron, que su novio podría arrepentirse. Ellos, luego de asegurarle la posibilidad de la eventual devolución, le auguraron que no iba a ser necesario, que el matrimonio se celebraría y ¡que serían muy felices!
El 19 de Abril de 1.968, en la iglesia de Saint Paul, se celebró el esperado acontecimiento matrimonial. El día de la boda, saliendo de la casa, llegó de visita a casa de Rosita, su cuñada Josefina. Recuerdo que me preguntó, donde iba tan apurada, le contesté –creo que me voy a casar con Yaacov, él está aquí, en la iglesia esperándome-. Asistieron a la boda, ella y su hermano, Graciela y Paulina. Después, en casa de su hermano Raúl y Josefina celebraron con un pequeño brindis. Allí, Rosita supo que Graciela antes de salir al enlace, había llamado a sus padres para contarles la noticia, que no fue para ellos, una grata sorpresa.
Desenlaces familiares...
Al día siguiente, los recién casados, partieron hacia Nueva York. Desde allí, Rosita llamó a sus padres, quienes se encontraban en Houston. Después se enteraría que quisieron personalmente, constatar el matrimonio. Fueron a la iglesia y tuvieron ante sus ojos el libro de actas. En esa llamada a sus padres, desde Nueva York, en medio de cierta recriminación y llanto, Rosita trató de calmarlos asegurándoles que no los había defraudado, que se había casado ante un cura y que después se casarían por la religión judía. Su mamá no paró de llorar. Su papá le dio su bendición y le deseó que fuera feliz. -¡Qué alivio sentí!-. Yaacov, también llamó a sus padres, su mamá lloraba desconsoladamente. Su papá le pidió que le pasara el teléfono a Rosita. Entonces le dijo, -la felicito, bienvenida a la familia. Si mi hijo ha luchado tanto por usted, es porque usted lo vale. Se ha llevado al mejor de mis hijos. Mi esposa le envía un abrazo. Nos veremos pronto.- A los pocos días, todavía en Nueva York, Yaacov llamó a sus suegros, les pidió disculpas, les dijo, - estoy apenado, pero era la única forma. Las intenciones mías siempre fueron buenas.- Don Julio le contestó, - Espero que sean felices.- Lo que siguió fue una pareja feliz, que labraron cordiales relaciones familiares. Establecieron su residencia en Caracas y tuvieron tres hijos, que probablemente, leerán juntos esta romántica historia.
Yaacov, se enfermó en 1993 y falleció en 1994.

Elizabeth Genesca M.

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